|  Nuestra Leonor  No ha muchos años, reinó en este país una mujer  mallorquina llamada Leonor Servera Melis, aunque no corría  en sus venas sangre Real, ni que tampoco se había casado  con un monarca, tuvo postrados a sus pies durante más de  tres décadas a los más destacados representantes de las  clases políticas y militares del país, el motivo no fue por  supuesto  Real, sino económico, esta mujer llegó a disponer  del mayor imperio financiero que se ha conocido en España.   Nuestra Reina Leonor nació el 27-10-1887 en el  seno de una familia acomodada, su padre era un acaudalado   empresario afincado en Manacor.  En una época en que la mayor parte de la población  de Mallorca pasaba severas penurias económicas, en una  época en la que no existían  derechos para las mujeres,  nuestra Leonor dispuso desde su adolescencia  de un gran  caudal recursos económicos y de poder, que más tarde y por  obra y gracia de Juan March se convertirían en ilimitados.  Al igual que la primera esposa del Rey Jaime I El  Conquistador (nuestra otra Leonor), se desposó muy joven,  a los 17 años de edad, con el mayor contrabandista de tabaco  de Mallorca, un joven audaz y tramposo, que había engañado  a su padre en lo que hacía referencia a la cuantía de su dote  familiar, con el objetivo de hacerse con parte del dinero que  guardaba en su caja fuerte.  Después de la boda, no tardó en encenderse para Leonor la llama del amor, pero
 por otro contrabandista  de Santa Margarita, un apuesto galán llamado Rafael del cual quedó prendada. Pero su romántico idilio se rompió   súbitamente por el asesinato en 1916 de su reluciente Príncipe Azul,  durante años se atribuyó a su consorte la autoría  de aquél derramamiento de sangre, pero los testimonios y documentos que se han acumulado en los últimos años la  acusan precisamente a ella de ser la inductora de aquella atrocidad, el siguiente fragmento extraído de una de las  últimas cartas remitidas por Leonor a Rafael poco antes del crimen es bastante explicito: sí tan empeñado estás en ir  a Argel, puedes ir cuando te plazca, siento mucho ver tan grandes deseos y sé a que atribuirlo... me parece que poco  tienes que hacer, más que ir a ver a la novia, tu ya sabes que el día que vuelvas a tener relaciones habrás concluido en  mí.   Nuestra Leonor estaba embarazada y  su amante la abandonó escapándose con una   joven y bella doncella de tan solo 18 años... la  amenaza no tardó en consumarse, dieciséis  puñaladas segaron la vida su  amante.  Sin duda, aquella tragedia tuvo que  romper para siempre el corazón de Leonor, pero  la vida tenía que continuar. Leonor debía ser  fuerte, tenía que dar a luz el hijo que  engendraba y debía prepararlo para heredar la  mayor fortuna de España.  Leonor Servera de March y su esposo presidiendo el acto de colocación de la primera piedra de Caubet,   y de la creación de la Fundación Juan March en 1928, acompañados del Obispo y Gobernadores.   Como consecuencia del adulterio que había  cometido,  se rompió su matrimonio en el estricto significado  de vínculo conyugal..., nuestra Leonor fue una mujer  apasionada, extremadamente celosa, vengativa y sobre todo  muy inteligente, sin duda no tardó en deducir que para  compartir el trono no era imprescindible compartir la cama.  En base a esa premisa pactó con su consorte continuar con su  sociedad marital de puertas para afuera.  Los informes de los cuerpos de seguridad del  estado, derivados de la estrecha vigilancia a la que fue  sometido Juan March en las distintas etapas políticas,  salpicaron también a Leonor, así por ejemplo, un informe  policial de 1924 la describe en estos términos: se encuentra  moralmente separado de su mujer que esta mal conceptuada,  diciéndose que ahora tiene relaciones íntimas con un chofer  de su servicio. Después llegarían otros escándalos, al más  puro estilo Catalina la Grande, el más sonado fue el romance  con un cura que la visitaba y adulaba continuamente.   El Cardenal Spellman, rindiendo pleitesía a Leonor Servera en su Palacio de Palma.  Nuestra Leonor era una mujer tenaz, en su diccionario no existía la palabra derrota, su obsesión por ganar  era tal, que cuando jugaba a las cartas o al parchís con sus amigos, éstos que la conocían muy bien la dejaban ganar,  para no ser objeto de su cólera.  Si bien es verdad que Leonor se casó con Juan March sin estar enamorada, también es verdad que pasados  los años, en plena madurez, llegó a amarlo con una pasión desmedida. Me contó su nuera Carmen Delgado, que al  terminar la II Guerra Mundial, regresó a Madrid procedente de Estoril, donde había pasado una temporada con su  suegro, y al verla aparecer, Leonor le retiró el saludo en uno de sus ataques de celos.  Un par de amigas de Manacor que fueron a  visitarla a Sa Vall con motivo de su onomástica, sobre  1950 aproximadamente, se sorprendieron al encontrarla  radiante, hacía años que no la recordaban de aquella manera,  el motivo les comentó era que Juan me ha llamado desde  Suiza para felicitarme.  Pero desgraciadamente para nuestra Leonor, ya era  demasiado tarde, su marido tenía una musa, una joven  valenciana llamada Matilde, con la que compartía su vida  sentimental vida desde 1929.  La última etapa de su vida la consagró básicamente  a las obras benéficas, repartía sistemáticamente los grandes  caudales del dinero que administraba, entre las clases más  desfavorecidas y se hicieron especialmente famosos sus  espléndidos donativos a la Iglesia.  Debido a esta última faceta, recibió el  reconocimiento de propios y ajenos, y una buena parte de  sus lacayos le rindieron pleitesía bautizando a sus hijas con  el nombre de Leonor, tanto es así que éste es el nombre más  frecuente entre las hijas de sus empleados de confianza.                                                                         Leonor Servera y Juan March en una de las últimas fotografías de la pareja.  A su muerte en 1957 fue enterrada con honores que recuerdan al entierro de un Jefe de Estado, en el panteón  más grande y caro de Palma, el cuerpo de Leonor Servera descansa junto al de Juan March en dos sepulcros  que  presiden el crucero del panteón con sus estatuas sedentes maravillosamente trabajadas,  inspiradas en las de los Reyes  Católicos, el objetivo final de este carísimo entierro fue sin duda el de reinar después de muertos hasta la eternidad.  |