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MERCÁN.- Quiero que vigiles a mi hija Irene.
MATEO.- ¿A su hija?
MERCÁN.- ¿Qué pasa?
MATEO.- No, nada. Me sorprende.
MERCÁN.- ¿Te sorprende que la haga vigilar?
MATEO.- No. Pero creí que... que yo le servía para otras cosas.
MERCÁN.- Me sirves para lo que yo te mande.
MATEO.- ¿Cree que Irene... que su hija le oculta algo?
MERCÁN.- ¿Desde cuándo preguntas tanto?
(MATEO baja la cabeza y, al salir, cruza su mirada con la del
funcionario que entra para cerrar la celda.)
PARDIÑAS.- (A MERCÁN, refiriéndose a MATEO.) Yo conozco a
ése. Estuvo aquí.
MERCÁN.- Yo también estoy.
PARDIÑAS.- ¡Por Dios, no es lo mismo!
MERCÁN.- No estoy seguro.
(Antes de que el carcelero continúe con sus excusas, MERCÁN le
ofrece un cigarro.)
¿Fumas?
PARDIÑAS.- Pero nunca tan bueno. Gracias, señor Mercán.
(MERCÁN se lo enciende con un mechero de oro. El funcionario
intenta echar el humo a un lado.)