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(IRENE cae. MATEO va a sujetarla y comprueba que está herida de
muerte.)
IRENE.- Quería matar a mi cuñada. Me he puesto tantas veces
voluntariamente en peligro, que me resulta ridículo morir por
equivocación.
(MATEO intenta taponar la herida de IRENE sin importarle la suya.)
MATEO.- Irene...
IRENE.- Hazme el amor como tú sabes. Deja que me vaya oyendo tu
voz de hierro gritando consignas contra los dragones.
MATEO.- Irene...
IRENE.- Por favor...
MATEO.- (Sin firmeza.) ¡Mueran los explotadores!
IRENE.- Lo puedes mejorar.
MATEO.- (Casi en un sollozo.) ¡Mueran los dragones!
IRENE.- Ahora sí. No debimos abrir la puerta de nuestro castillo.
(IRENE muere en sus brazos. MATEO grita por fin, pero es el nombre
de su odio.)
MATEO.- ¡Mercán!
(Luego atraviesa vacilante el escenario y va hacia el despacho de
MERCÁN.)
MERCÁN.- (Al joven.) Los alemanes van a tener que aumentar la
producción.
JOVEN.- Morirán muchos. ¿No temes llevados sobre tu conciencia?
MERCÁN.- Sólo tengo miedo a los vivos.
(El joven abre la puerta del despacho y entra MATEO.)
MERCÁN.- ¿Qué haces aquí?
(MATEO saca una pistola.)
MERCÁN.- ¿Te ha contratado Quintanar? Recuerda que yo te puedo
pagar más.
MATEO.- Me han ofrecido amor y de eso usted no tiene bastante.
MERCÁN.- También se puede comprar.
MATEO.- «Es amor porque se da gratis».
MERCÁN.- (Recordando la frase.) ¿Irene?
(MERCÁN mira al JOVEN antes de que MATEO le dispare.)
JOVEN.- El que muere por el rayo, no oye el trueno.
(MERCÁN es herido de muerte, pero no expresa dolor, sino sorpresa.
El joven cae con él, haciendo exactamente los mismos gestos y
ademanes.)