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MERCÁN.- Señor Figueroa, acaba usted de ganarse sus primeros tres
sueldos. 
(Mira a su Secretario y éste entrega un sobre al periodista.) 
Le espero la semana que viene. Adiós. 
FIGUEROA.- Gracias. 
(Huye la mirada y sale apretando el sobre.) 
VILLANUEVA.- ¿Qué va a hacer ahora, señor Mercán? 
MERCÁN.- Vaya tener que despedirle, Villanueva. 
(La luz se traslada al sótano clandestino de IRENE. Llega corriendo
MATEO. IRENE le abraza. Él le hace gesto de silencio. Cuando
comprueba que no le sigue nadie, se sienta en el catre.) 
MATEO.- Es necesario que hablemos... 
IRENE.- Acordamos no implicamos personalmente. 
MATEO.- ¿Por qué dices eso? 
IRENE.- Por el tono en que me has dicho que teníamos que hablar.
Antes hablabas sin prevenirme. 
MATEO.- Han pasado algunas cosas que han cambiado la situación. 
IRENE.- (Con un tono de fatalidad.) Muchas. Mis camaradas van a
cerrar esta imprenta. Estudian la posibilidad de aceptar cargos en el
Gobierno y, mientras tanto, no quieren realizar acciones contra él.
¡Van a colaborar con la misma República que quemó vivos a los
anarquistas de Cádiz! 
MATEO.- Tenemos que hablar, Irene. Es necesario que sepas quién
soy. 
IRENE.- Yo no quiero saber quién eres. Supongo quién eres y lo que
haces, pero no quiero tener certezas. 
MATEO.- No soy lo que crees. 
IRENE.- Quemas iglesias, llevas armas. Luchas por la libertad del
pueblo. Perteneces a un grupo clandestino revolucionario y debes
mantener tu secreto. 
MATEO.- Irene... 
IRENE.- Si supiera cosas de ti y me detuvieran quizás podría poner en
peligro a tu grupo. 
MATEO.- Irene, yo no soy... 
IRENE.- ¡Sí lo eres! ¡Entre estas paredes eres todo lo que yo quiero
que seas! Estas paredes nos protegen. Sé que si dejamos entrar la
realidad, con ella vendrán los dragones y nos destruirán. Aquí la
República no es de derechas, ni quema anarquistas, ni envía tropas
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