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Aquella boda empezó como un sueño, pero el joven millonario no tardaría en
coleccionar amantes, entonces se desvaneció para la joven Carmen aquel
cuento de hadas. Pero esta mujer de hierro aguantó estoicamente las
infidelidades de su marido, a partir de aquél momento dedicó todas sus
energías a aprender todo lo que pudo de su suegro. Más tarde, al fallecer el
magnate, aquellos años de convivencia con él serían fundamentales para coger
el timón del holding financiero y empresarial que había dejado su difunto
suegro. Con todo, algunas de sus decisiones han sido polémicas: varió el rumbo
que Juan March había marcado en sus actividades,  y en un sentido análogo
efectuó una purga sistemática de muchos de los colaboradores y personal del
servicio de Juan March y Leonor Servera, he aquí algunos ejemplos:
Juan March Servera
Al poco tiempo de fallecer su suegro, doña Carmen Delgado se presentó en el
Palacio de Palma, y al entrar en la que fuera la alcoba de su suegra ordenó a los
criados que tiraran los retratos de sus suegros Juan March y Leonor Servera.
Los criados sorprendidos le preguntaron si lo habían entendido bien y ella les
replicó: ¡o los queréis!, los criados que habían servido fielmente al hombre que
había forjado la tercera fortuna del mundo le contestaron afirmativamente, de
esta manera ha llegado a nuestra colección el retrato que colgaba de la alcoba
de doña Leonor Servera Melis en su Palacio de Palma.
Retrato de Leonor Servera Melis
Después, Bartolomé March Servera, al que su padre solamente había dejado en
herencia la legítima,  advirtió a Catalina Aloy, la que había sido la  institutriz
de Leonor Servera, sobre las intenciones de su cuñada de despedir a los criados
que habían servido fielmente a sus padres, y aquella le respondió: ¿y su
hermano que opina?, a lo cual Bartolomé contestó: “Juan bebe coñac”.
Después de su defenestración, Catalina Aloy, al igual que otros empleados que
habían corrido su misma suerte, fueron contratados por Bartolomé March en su
Palacio de Sa Torre Cega de Cala Ratjada.
Catalina Aloy, institutriz de Leonor Servera
A los pocos años de la anécdota anterior, le tocó el turno a Raimundo Burguera, el fiel secretario
particular del fallecido magnate, el que después de evadirse de la prisión atravesó la frontera con
Gibraltar ocultando a Juan March debajo de una manta en el asiento trasero de su coche, el que llevó
una buena parte de las negociaciones del asunto Barcelona Traction, en
definitiva el número uno de los hombres de confianza de don Juan
March. Pues bien, todo saltó por los aires cuando los herederos del
imperio March destituyeron a Raimundo Burguera como administrador
de Uralita, éste los acusó de vulnerar la última voluntad de don Juan
March (según su testamento, entre otras cosas, debían mantener el
equipo directivo de Uralita). A raíz de aquello se desencadenó una
guerra terrible que duraría varios años y que terminó con una
indemnización a Burguera de 800 millones que se hizo efectiva en Suiza.
Raimundo Burguera acompañado de Juan March
En 1966 sucedió una nueva anécdota. En esta ocasión le tocó el turno a Joan Mascaró Fornes, paisano
y amigo personal de Juan March, el hombre en el cual el magnate depositó su confianza nombrándolo
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