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remolino por un viento inexplicable, mientras una música triunfal
acaba dominando las risas, los jadeos y las llamadas a la revolución de
los amantes. La oscuridad arropa a los amantes y luz se balancea hasta
el despacho de MERCÁN.)
(Mayo de 1932.)
MERCÁN.- (Al secretario.) ¿Quién espera?
VILLANUEVA.- El periodista.
MERCÁN.- Datos.
(Mientras los oye, enciende un puro.)
VILLANUEVA.- Manuel Figueroa. Tiene un hijo y hay otro en
camino. Debe dinero, poco, pero para él, una fortuna que no puede
devolver con su sueldo de meritorio. Se lo comerán los intereses en
menos de un año.
MERCÁN.- Que pase.
(Entra el periodista. MERCÁN le da la mano y luego le señala una
silla.)
Pregunte, señor Figueroa.
(El periodista, resolutivo, abre una carpeta y consulta papeles.)
FIGUEROA.- Primero. A usted le apodan «el dragón del
Mediterráneo». ¿Por qué?
(MERCÁN saca de su puro una espesa nube de humo.)
MERCÁN.- ¿Segundo?
FIGUEROA.- ¿Eh? ¡Ah, comprendo: dragón por la brasa de sus
cigarros.