65
MERCÁN.- Lástima que seas mujer...
(IRENE se siente ofendida y va a responder, pero antes, MERCÁN
termina su frase.)
... tienes mucha más personalidad que tus hermanos.
IRENE.- Es injusto con ellos: primero los domina y luego se lo
reprocha. A mí en cambio, como era una mujer, no ha estado
controlándome.
(La actitud de IRENE devuelve a MERCÁN su coraza.)
MERCÁN.- No seas presuntuosa. Puedes pertenecer a un grupo
anarquista clandestino porque sabes que mi influencia te puede evitar
la cárcel o algo peor. Tus compañeros, en cambio, no tienen a ningún
repugnante capitalista que les proteja.
(IRENE no sabe qué decir.)
Sí, conozco tus actividades «extra pedagógicas». Lo que no sabes es
que tú y los tuyos, creando el caos, habéis servido a mis propósitos.
IRENE.- ¡Eso no es verdad!
MERCÁN.- (Tristemente satisfecho.) No digas nunca que no intenté
hablar contigo.
IRENE.- Los dragones no hablan: queman con su aliento.
MERCÁN.- No me pierdas el respeto, al menos mientras vivas con
nosotros.
IRENE.- Tiene razón. Es su casa y en ella manda usted. Pero no me
gusta usted ni la casa. Parece una cárcel y a veces, un manicomio.
Frustración y locura, padre. En eso ha convertido a esta familia.
MERCÁN.- Entonces te haré un favor echándote de ella.
(El silencio parece una losa.)
IRENE.- Esta noche no estaré aquí.
MERCÁN.- Nunca has estado aquí.
(MERCÁN sale. LUIS se asoma.)
LUIS.- Duerme en mi taller, si quieres. Yo voy a tardar en utilizarlo.
IRENE.- Perdóname, Luis, no quise decir que no tuvierais
personalidad.
LUIS.- (Fatalista.) Eso no tiene importancia. Ya no.
IRENE.- ¿Te ocurre algo?
(LUIS calla y el oscuro es más tenebroso que nunca.)
(MERCÁN está solo en su despacho. Entra JORGE.)
JORGE.- ¿Me había llamado, padre?