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envuelven, aún podemos oír la música que se ha enramado por el
espacio escénico ahora apoyada por instrumentos de suave
melancolía.)
(11 de Mayo de 1931)
(Despacho de MERCÁN. Sobre el gran ventanal crece una vivísima
luz roja. MERCÁN entra en el nuevo decorado y se acerca al ventanal,
contemplando la quema y el saqueo de una iglesia. Saca su reloj del
bolsillo de su chaleco y comprueba la hora. El resplandor del fuego,
oscilante y perverso ilumina la sala y lo siluetea. Los sonidos de la
calle, las sirenas de los bomberos, los gritos, las risas obscenas y algún
disparo, llegan atenuados, pero audibles. Suenan golpes suaves en la
puerta.)
MERCÁN.- Entre, Villanueva.
(Abre la puerta cuidadosamente el macilento Secretario y se queda en
el umbral. MERCÁN con un gesto preciso, le manda cerrar la ventana,
mientras él consulta unos papeles que están sobre su mesa, después de
apagar su cigarro.)
VILLANUEVA.- ¡Qué horror!
MERCÁN.- (Rectificándole con indiferencia.) ¡Qué terror!
(El secretario le mira confuso y se inclina humilde.)
VILLANUEVA.- (Con un cierto balbuceo.) E-eso quise decir, señor
Mercán.
MERCÁN.- No. Usted dijo horror y yo terror. No es lo mismo.
VILLANUEVA.- Por supuesto, claro, n-no lo es.
MERCÁN.- No, no lo es, pero usted no sabe la diferencia.
VILLANUEVA.- Co-como suenan tan parecidos...